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Pedro Fernández
Balmaseda. (1734-1808)
En su obra "La sociedad chilena del siglo XVIII. Mayorazgos y
Títulos de Castilla", publicada en el año 1903, D.Domingo Amunátegui Solar
dice, en su página 252, que Pedro Fernández Balmaceda "había nacido en Galilea"
según refleja su propio testamento abierto ante el escribano Manuel Solis con
fecha 12 de julio de 1808. D. Sergio Fernández Larraín en su obra "Ruta
Hispnoamerica..." complementa este dato diciendo, sin embargo, que el
bautizo fue efectuado en Pipaona de Ocón.
Nacido en 1734,
fue hijo de Ángela Balmaceda Cenzano, hermana del oidor Juan de Balmaceda, y de
Juan M. Fernández Beltrán.
Emigró a Chile con su primo Juan Francisco Ruiz
Balmaseda alrededor del año 1751.
Don Pedro Fernández de Balmaceda llegó a Chile
cuando aún vivía la señora Álvarez de Uceda, mujer de su tío. En la
reorganización que hizo de las milicias el Presidenta Amat y Junjet, nombró a
don Pedro capitán de la compañía de caballería “La invencible de nuestro Señor”
con fecha 10 de diciembre de 1759.
En el gobierno interino de D. Juan de Balmaceda,
don Pedro se vio elevado a uno de los más altos cargos del ejército: comisario
general de caballería. Con este empleo acompañó a su tío a la frontera
según lo certifica el veedor general don Joaquín del Río. Algunos años más tarde
el Presidente Jáuregui le dio el titulo de capitán de la quinta compañía del
Regimiento de La Princesa, del cual fue comandante en 1791. A pesar de estos
nombramientos que en su mayor parte eran honoríficos don Pedro Fernández de
Balmaceda no siguió la carrera militar y se consagró exclusivamente a la
agricultura y al comercio.
El 30 de abril de 1779, en reunión de 29
comerciantes presididos por el oidor don Luis de Santa Cruz y Centeno, don Pedro
fue nombrado juez de comercio, cargo que empezó a desempeñar con fecha 6 de
mayo.
Después de la muerte de su tío el oidor, don
Pedro se consideró bastante rico con la fortuna heredada para poder
adquirir una valiosa propiedad y esta no fue otra que la hacienda de
Bucalemu que había pertenecido a los jesuitas. Con fecha 13 de octubre de 1778
don Bartolomé de Ureta remató la mencionada finca en 120.125 pesos con
declaración de que los ganados y muebles estimados en 60.150 pesos y cuatro
reales eran para él y las tierras y edificios con un valor de 59.974 pesos y
cuatro reales para don Pedro Fernández Balmaceda.
En marzo de 1791, don Pedro que había concluído
de pagar estas tierras y edificios, solicitó que se le diera título en forma de
propiedad. La escritura correspondiente fue extendida en 4 días del mes de abril
ante el escribano Francisco de Borja de la Torre y firmada por el fiscal de la
Real Audiencia don Joaquín Pérez de Uriondo y por el mismo Fernández Balmaceda.
Solicitó permiso para poder trasladarse a España por cuanto era capitán del
regimiento de la Princesa y por Real Orden de 15 de junio de 1791 se le concedió
licencia por un año. Debía volver a su país, antes de morir ,entre otras razones
para visitar a su familia, pero no pensó nunca, según parece, quedarse en
España.
En 1799 es nombrado Alcalde de Santiago de Chile y Juez de
Comercio. En junio de 1807, hizo donación
"inter vivos"
de los créditos que tenía a su favor contra los cinco gremios de Madrid, al
Obispado de Logroño, con la obligación de crear ocho becas en su Seminario
Conciliar en beneficio de sus parientes más próximos. (El texto íntegro
está incluido en esta página web.)
Don Pedro Fernández Balmaceda falleció en
Santiago el 12 de agosto de 1808 y su cadáver fue sepultado en la iglesia de San
Agustín. Su testamento era muy breve pero al mismo tiempo dejó
instrucciones reservadas para que se cumplieran después de sus días. En el
testamento nombró albaceas fideicomisarios a su pariente Rafael Beltrán Íñiguez,
a don Ignacio de Landa y a su propio sobrino José María Fernández y les ordenó
que se distribuyera el dinero que tenía a rédito en los gremios e Madrid entre
sus parientes que vivían en España, hasta cuarto grado inclusive después de
reducir una cuarta parte de aquella suma la cual debía destinarse a los
jóvenes de la familia que siguieran la carrera de las letras.
Entre las instrucciones testamentarios,
encargaba don Pedro a sus albaceas la fundación de un verdadero vínculo en la
hacienda de Bucalemu, que no podría jamás enajenarse, ni acensuarse (imponer
censo) ni hipotecase. Don Pedro destinaba aquella propiedad para que hicieran
fortuna sus parientes, hasta el cuarto grado inclusive, con excepción de la
línea de su primo hermano Juan Fco Ruiz de Balmaceda por hallarse ya beneficiada
esa rama de la familia con el mayorazgo del oidor Juan de Balmaceda.
Cada uno de los individuos llamados al goce de
este vínculo debía de poseerlo por espacio de cinco años, durante los cuales
sería dueño de todos los productos de la hacienda, deducido el diezmo
eclesiástico y otro especial que se invertía en misas por el alma del fundador.
Terminadas las líneas de parientes, inclusive el
cuarto grado, el testador mandaba que la hacienda de Bucalemu fuera devuelta a
los padres jesuitas, siempre que estos residieran de nuevo en Chile y tuvieran
facultad para adquirir bienes raíces y que, de lo contrario, se entregara a los
obispos de Santiago, quienes debía de distribuir anualmente el canon que su
arriendo produjera entre las doncellas y viudas pobres. Estas cláusulas, al
parecer tan sencillas, han dado origen a innumerables pleitos y cuestiones y no
siempre ha sido respetada en la práctica la voluntad de don Pedro Fernández.
El primer usufructuario de dicho vínculo fue don Rafael Beltrán Íñiguez
que cumplió con las condiciones estipuladas en el testamento de su tío y gozó
del usufructo el tiempo establecido por el hacendado. No ocurrió así con su
sucesor José María Fernández que, juntamente con su hijo Manuel José (padre del
Presidente Balmaceda), pretendió dilatar el usufructo sobre dicho vínculo más
allá del tiempo establecido por el fundador, motivo por el cual Rafael Beltrán
avisó a sus parientes de Galilea que tenían los mismos derechos sobre el vínculo
que aquél, lo que provocó que se establecieran pleitos entre las diferentes
ramas de sus descendientes que duraron más de cien años. En el año 1846 pasa a
manos de los descendientes de la familia Fernández Arnedo.
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