PROCESO AL SECRETARIO JUAN ANTONIO DE CUENCA

 

            Próximo a su jubilación, en el año 1705, D. Juan José de Tejada tuvo que intervenir activamente en un importante proceso llevado a cabo contra don Juan Antonio de Cuenca, que  fue secretario de la Inquisición de Aragón desde el verano de 1696 hasta que partió a Madrid en los primeros años del siglo XVIII para hacerse cargo de la oficialía mayor de la Suprema, acusado entre otras delitos, de abandono de sus obligaciones para con el tribunal, de intermediar, con resultados poco claros, en el soborno a ciertos secretarios del tribunal de la Inquisición del distrito de Logroño y de otros tan mundanos como el “abarraganamiento” (concubinato) con una mujer a la que con engaños había sacado de un convento de Granada.

 

Emblema de la Inquisición

  En dicho proceso, que se inicia en el año 1705, y se alarga más de seis meses, Juan José de Tejada, como Consejero de la Suprema y antiguo superior suyo, interviene en primer lugar, con una extensa declaración en la que detalla muy pormenorizadamente las faltas cometidas por dicho oficial. En las declaraciones presentadas por diferentes testigos se hace referencia, en más de una ocasión, a las múltiples amonestaciones que nuestro paisano hacía de su comportamiento, sin que el acusado las tuviese en cuenta, entre otras cosas, al estar confiado en,

 

“…el buen natural del inquisidor más antiguo y en las voces que espera tener en Madrid."

 

El expediente, custodiado en el Archivo Histórico Nacional con el número de legajo 3682, consta de centenar y medio de páginas con testimonios sumamente interesantes, como los que siguen a continuación.

 

El primero de todos ellos es, como ha quedado dicho,  el de nuestro paisano, que lo redacta y envía desde Galilea en el mes de junio de 1705 y lo dirige a Juan de Argáiz, fiscal de dicho proceso, que había sido Inquisidor general del distrito de Logroño entre 1697 y 1699.

 

Dice asi:

 

“En vista de la causa antecedente de V.I. y del interrogatorio criminal que cumpliendo con la orden del Consejo que V.I. me explica en ella, lo que puedo informarle es lo siguiente:

 

En cuanto a la primera pregunta digo que he conocido y conozco de once años a esta parte a D. Juan Antonio de Cuenca, habiéndole tratado y comunicado en Zaragoza, siendo secretario del secreto de aquella inquisición dos años, hasta que se me concedió la jubilación de aquella plaza y me retiré a este lugar y en este tiempo vi que los procedimientos al uso del susodicho en orden a la asistencia del tribunal no eran conformes a la obligación de su oficio pues Miguel Pérez de Oliván y Vaguera y Joseph de Morales, ya difunto, y yo, nos hallamos precisados a advertirle y reprenderle muchas veces su falta, lo cual no fue bastante para enmendarse, repitiendo esto mismo en el buen natural del Inquisidor más antiguo y en las voces que decían de tener valedores en Madrid; para este apoyo había demostrado en cartas muy favorecidas de algunos personajes, sin que yo me acuerde cuales eran, o si las fingía como de su arte y habilidad se podía presumir, y esto se lo vi y reconocí hallándome en aquel tribunal y lo podrán decir D. Pedro Muñoz, que al mismo tiempo concurría, y de oídas D. Pedro de Santiago y el Ldo. Jacinto Vielsa, Rector de la Aljafería, y más especialmente lo supieron Martín de Romera y Francisco Sáenz Jiménez, miembros del secreto, ya difuntos.

 

Y habiendo yo vuelto después de veinte meses a servir la plaza de orden de Juan Tomás de Rocaberti (Inquisidor General, (1694-1699) y Arzobispo de Valencia), supe de algunos y de D. Agustín de Arnuesa, Inquisidor ya difunto, que el dicho D. Juan Antonio de Cuenca la falta de asistencia, y habiendo hablado de esto a otro, me dijo que la mayor parte de los días faltaba o salía del tribunal antes de la hora y era por tratar ilícitamente a una mujer casada a quien había sacado un hijo de pila, y era que se salía de las horas del tribunal, por saber que su marido estaba al mismo tiempo fuera de su casa, ocupado, y con la seguridad de que no volviera a ella en las mismas horas porque su empleo no se lo permitía.

 

Y lo mismo oí a D. José del Expírutu Santo, ya difunto, religioso de la misma orden, que estaba en compañía de otro licenciado, y a doña Josefa de Lara, ama que entonces era y hoy lo es de dicho D. Juan Antonio de Cuenca.

 

En ocasión del que el susodicho pasó a la Corte a servir la oficialía mayor y que la susodicha se quedó en Zaragoza para llevar allí sus tratos, y hallándose en la Corte D. Juan Antonio, supe que el susodicho daba noticias en las cartas de correspondencia al Inquisidor D. Blas de Torrejón y a D. Martín de Morena de las determinaciones  del Consejo en algunos negocios de fe, criminales y de limpieza antes de que se avisasen por el Consejo no volviesen los procesos y en algunas ocasiones escribía los datos que habían dado los señores del Consejo y habiéndolo sabido D. Agustín de Arcuesa, fiscal que entonces era oyó que este  dio cuenta al Inquisidor General para que pusiese remedio, y sé que su Eminencia le mandó llamar y reprender severamente por que así se lo oyó decir a otro y creo lo sabrán Tomás Campero y Domingo de la Cantolea; y lo demás que llevo referido lo sé por haber visto las cartas escritas por Juan Antonio de Cuenca a D. Martín de la Romera que en confianza me las mostró después de haberle dado la reprehensión.

 

A la segunda y tercera pregunta respondo que no he oído decir cosa alguna al capellán del Conde de la Torre y que al otro D. Pedro de Aragón le he oído decir lo referido en la pregunta primera y que en las dependencias que el Consejo ha tenido con el Inquisidor General D. Baltasar de Mendoza han sido tan destempladas las voces que el Ldo. D. Juan Antonio divulgaba contra el Consejo y los individuos del él, que trataba de insulsos sus procedimientos propasándose a publicar que éramos ignorantes y otros desagradecidos, solo en respuesta de este maltrata aquellos que seguían el dictamen del Inquisidor D. Baltasar, ensalzando la sabiduría del Consejo, llegando a decir de algunos señores del Consejo palabras tan pesadas que es razón no nombrarlas.

 

Lo que fue -------------- en esa Corte. Y luego que llegué a ella posó a informarme de lo que había sucedido y sucedía con el Inquisidor Froilan Díaz y me entregó un extracto que decía era lo que contenía  el proceso para que yo le viese y al mismo tiempo me dijo con mucha osadía que podía dar muchas gracias a Dios si salía con ---------. Y después de algunos días, habiendo vuelto a mi posada, el dicho Juan Antonio y tratado del mismo negocio le advertí que se contuviese y que no tenía fundamento para injuriar tan grandísimamente a fray Froilán  en lo tocante de hacer juicio de dependencia judía, que ya le habrían de juzgar superiores y como reconoció que no hallaba en mi apoyo, me volvió a pedir el extracto con el pretexto de remitirlo a Segovia donde le pedían confianza.

 

Y también oí en esa Corte, sin acordarme a qué personas habían faltado algunos papeles de las --------------- del Consejo y fue --------- que el dicho Juan Antonio, sin licencia del Consejo, había sacado diversos testimonios, así de la causa del Froilan como de las demás controversias y asuntos jurídicos.

 

A la cuarta digo que siendo D. Juan Antonio de Cuenca, secretario de la Inquisición de Aragón, le tocaron las informaciones de doña Juana de Irazábal, mujer del receptor don Manuel Galván que tenía naturalezas en la Inquisición de Logroño y solicitó al dicho Juan Antonio el breve despacho de ellas, y habiéndolas remitido el otro tribunal al de Zaragoza, previno D. Juan Antonio al licenciado D. Manuel que era necesario regalara al Consejo de Logroño que había corrido con las informaciones, y este le entregó no se cuantos maravedís para que cumpliese en su nombre y el de su mujer. Habiendo pasado muchos meses el secretario de Logroño escribió, no me acuerdo si a mi mismo, o a otra persona de su confianza que estaba consentimiento de su olvido a que satisfizo que el había cumplido por mano de dicho D. Juan Antonio y no sé si con este motivo cumplió, lo cual me dijeron.

 

Y también se olvido a D. Benito Sánchez que el Ldo D. Juan Antonio se ha mezclado en pretensiones del Santo Oficio, expresamente en una que tuvo su juicio, Andrés, natural de Zaragoza y prior de la iglesia para la  fiscalía de aquel Tribunal, ofreciéndole su favor y dándole noticias de los medios de que se había de valer y esperanzas de que la conseguiría dejándose regalar espléndidamente otro de quien podría dar noticias el capellán del Conde de La Torre, en cuya casa estuvo hospedado D. Juan Antonio. Y al mismo D. Benito Sánchez le he oído que D. Juan Antonio tenía ofrecido sacar-------- de la Inquisición para quién casase con doña Josefa de Lara porque la tuviere oculta en sus casas y así en Zaragoza como en esa Corte que el dicho D. Juan Antonio se dejara regalar de estos pretendientes solicitando que se valiesen de él y haciendo propias las pretensiones y descubriéndoles por donde les iban de gobernar, y por más seguridad les ofrecía a algunos ser su informante porque tenía mano para ello con los inquisidores y también supe de otro rector de la Aljafería, de oidas, que el dicho D. Juan Antonio nada compraba en esa Corte sino el -------- para el vestuario y todo lo demás necesario hasta los dulces de los mejores los tenía con tanta abundancia y que podía a otros.

 

            A la quinta digo que sé de público que D. Juan Antonio ha tenido relación estrecha con el Conde de Requena y con el Inquisidor fiscal del Consejo, notados de poco afecto a la Monarquía y que se juntaron en la casa del Sr. Fiscal resultando de esta juntas noticias muy melancólicas del estado de la guerra en cuya relación se dilataba bastantemente, pues decía que había pocos afectos al Rey Ntro Señor, Dios le guarde y muchos a la Casa de Austria, que las fuerzas de sus enemigos eran grandes y muy pequeñas las nuestras y ponderaba cualquier suceso adverso aunque fuere tenido por muy favorable a los enemigos, disminuyendo los mios aunque fueran muy felices y en el semblante manifestaba lo que sentía interiormente pues si el suceso era favorable a nosotros  se reconocía su tristeza y si adverso su alegría, y así Juan Antonio supo disculpar la acción del Almirante y Conde de la Corzana con palabras antifelices que daban a entender tenía más que mediano motivo.

 

Y esto es cuanto puedo informar a V.I. con la sinceridad y bondad que debo decir, habiendo procurado recorrer mi memoria. Y quedo al servicio de V.I. con igual afecto y que G.D. a V I mil años.

 

Galilea, junio 19 de 1705 años.

 

A D. Juan de Argaiz del Consejo Supremo de la General Inquisición.”

 

            No eran pocas las faltas, e incluso delitos, que Juan José de Tejada denuncia en su declaración testifical, los cuales son confirmados y ampliados por el resto de los declarantes.

 

A lo largo de la primavera y verano del año 1705 van pasando por el Real Palacio de la Aljafería una serie de testigos, que habiendo tenido relación directa con el antiguo secretario de la inquisición, presentan su testimonio, bien ante el propio Juan de Argaiz, o ante otros oficiales de la inquisición aragonesa en los cuales delega. Vemos así como el día 14 de julio, es interrogado, por parte del inquisidor delegado don Pedro Guerrero, Manuel Galván

 

“vecino de esta ciudad de edad de 58 años.”

 

Se le pregunta expresamente si tiene conocimiento de que don Juan Antonio de Cuenca haya recibido dinero para entregárselo al secretario de Logroño por la realización de algunos informes. Manuel Galván responde de esta manera:

 

“…que como ha pasado tanto tiempo, no se puede acordar muy bien del contenido de la pregunta, pero lo que le parece que puede decir es que D. Juan Antonio de Cuenca, a quien tocó como secretario que entonces era de ese Consejo el hacer los informes del declarante y de Juan María de Irazábal su mujer, y no se acuerda que hiciese regalo al secretario de Logroño ni que hubiese entregado dinero alguno para ello,..”

 

            No obstante al leerle su declaración la corrige y matiza diciendo.

 

“…que ha leido la declaración y que con vista de ella ha podido hacer reflexión en su memoria en el que el regalo que se hizo al secretario de Logroño fue por manos de D. Juan Antonio de Cuenca y no recuerda cuanto; que su mujer que fue quien lo entregó se acordaría y también sabe que el declarante y su mujer entregaron esto a don Juan Antonio.”

 

            Ese mismo día, por la tarde el mismo inquisidor llama a declarar a don Juan Francisco Muñoz, secretario del secreto de este tribunal. Preguntado si conoció en este tribunal a algún ministro que hoy se halla en la corte y si supo que los procedimientos de éste en lo tocante a la asistencia del tribunal eran conformes a la obligación de su oficio y que si algún inquisidor y otros ministros hubiesen sido obligados a advertirle y reprenderle y que esto no hubiese sido bastante dado en el buen natural del inquisidor más antiguo y en las voces que espera tener en Madrid, valedoras, dijo:

 

“que lo que puede decir sobre la pregunta es que en este tribunal fue secretario D. Juan Antonio de Cuenca desde el verano de 1696 hasta que partió a Madrid y que lo que pudo reconocer por entonces fue que el declarante D. Juan Antonio acudía al tribunal en la forma en la que los demás secretarios sin haber notado cosa alguna particular hacia la parte de su obligación…

 

 …sólo puede decir que con la ocasión de haberse traído por causa suya desde Granada a esta mujer que se llama Josefa, de quien no sabe su apellido, algún tiempo después de estar en casa de D. Juan, éste debió de tener alguna desazón con ella por lo que, siendo ardiente de condición, se quejó mucho de dicho D. Juan y oyó el declarante que doña Josefa pasó al cuarto de don Juan José de Tejada y según lo que se dijo se quejó muy agriamente de dicho sujeto, diciendo que después de que le había hecho venir desde Granada, le había maltratado, lo que ella no esperaba; sobre lo cual oyó el declarante, sin acordarse por ahora de quién, que don Juan José de Tejada llamó a don Juan Antonio de Cuenca y le advirtió sobre sus obligaciones y aunque es verdad que entonces se dijo también que dicho don Juan Antonio, tenía o había tenido alguna comunicación ilícita con dicha Josefa, lo cual se decía entre los mismos ministros que había entonces en este tribunal, pero era sin decir el fundamento que tenían para ello…

 

            … y el declarante oyó decir a Juan Antonio que tenía correspondencia en Madrid particularmente con don Pedro Domingo Sánchez pero que nunca le enseñó carta alguna porque con el dicho Juan Antonio no tenía el declarante mucha amistad y que no se le ofrece otra cosa que decir sobre la cuestión. Rreconoció que los procedimientos de dicho Juan Antonio cuando era ministro del secreto en orden al que tocaba la asistencia del tribunal no era conforme a la obligación de su oficio y el inquisidor don Juan José de Tejada y otros ministros le hicieron obligación de advertirle y reprenderle la falta de asistencia, la cual no fue bastante para la enmienda fiado en el buen natural del inquisidor más antiguo y en las voces que decía de tener en Madrid valedores, …”

 

El proceso sigue su curso y al día siguiente acude al tribunal, Juan Félix Bielsa, rector de la parroquia de la Aljafería, de 45 años de edad. Se le formula las mismas preguntas que a sus antecesores, a las que contesta,

 

“… que sólo sabe que faltaba del tribunal saliendo a hacer informes de limpieza, así de oficiales como de todo género de ministros , de lo que se ocupaba gran parte del año consiguiéndolos por el valimiento que tenía con los señores inquisidores y se acuerda el declarante que tenía extendida una carta firmada por los señores del Consejo para que los secretarios sólo pudieran salir a efectuar pruebas mayores, y le respondió don Juan Antonio diciendo que los secretarios salían también a pruebas menores.

 

 Y también oyó a don Martín de la Romera, ya difunto, que era tan dichoso el dicho Juan Antonio en las pruebas, que valían más los regalos que le hacían a él y a todos los demás compañeros, lo cual le pareció muy mal al declarante por el conocimiento que tenía de la limpieza con que se habían portado los ministros de este tribunal. El declarante ha oído que cuando se reunía este tribunal dicho don Juan Antonio de Cuenca no asistía  y que el licenciado Juan José de Tejada y otros ministros se vieron obligados a advertirle y reprenderle por la falta de asistencia …”

 

En este caso es el inquisidor Pedro Guerrero quien se traslada a casa de don Manuel Galván, receptor de este Santo Oficio, que ya había declarado anteriormente, para tomar declaración a su mujer Juana María de Irazabal. Le pregunta expresamente sobre el posible soborno hacia un funcionario de la inquisición del distrito de  Logroño, del que Juan Antonio de Cuenca fuese su intermediario, y esta contesta

 

“…que se acuerda que cuando se hicieron las pruebas de la declarante, don Juan Antonio de Cuenca le dijo que porque era su conocido su amigo el secretario del tribunal de Logroño a quien le había tocado hacer las pruebas por la naturaleza que la declarante tiene en aquel distrito, tomaría cuidado el solicitante que las hiciere con la mayor bondad y después de hechas y enviadas dichas pruebas, dispuso con la declarante que le regalara ha dicho secretario de Logroño, por manos de don Juan Antonio de Cuenca…

 

…se acuerda la declarante que a don Juan Antonio de Cuenca se le entregaron tres o cuatro doblones de a ocho para qué se le regalaran dicho secretario de Logroño y después no teniendo noticias de dicho don Juan Antonio, entregó otros tres o cuatro doblones de a ocho ha dicho secretario de Logroño…

 

Luego dijo que quien tendrá bastantes noticias de lo que se le ha preguntado son los padres calificadores fray Joseph Nuño y fray Baltasar Martín de la orden de San Francisco de Paula que concurrieron con dicho don Juan Antonio de Cuenca por la amistad que tenían la declarante al hacer la solicitud de estos pruebas.”

 

Puesto que Juana de Irazabal da nombres, el instructor Pedro Guerrero no le queda más remedio que llamar a declarar a fray José Nuñez de la orden de San Francisco de Paula, que muy diplomáticamente dice que,

 

“…como ha pasado tanto tiempo, no se puede acordar con toda seguridad del contenido de la pregunta, pero lo que sí puede asegurar y puede decir, que habiendo conseguido la gracia del receptor del Santo Oficio, don Manuel Galván, le tocó hacer sus pruebas y las de su mujer, doña Juana de Irazabal, a don fulano Mendoza, que no se acuerda de su nombre, secretario de la inquisición de Logroño, y que no se acuerda si dicho don Juan Antonio de Cuenca les hubiese prevenido.”

 

El proceso sigue escalando peldaños y cada vez acuden a declarar personajes de más alta condición social como don Pedro Gerónimo Molinos, notario del juzgado de la inquisición de Zaragoza al que se le pregunta expresamente por la relación que tuvo el encausado con su casera y concubina. El notario recuerda perfectamente que,

 

            “…cuando estuvo de secretario en este tribunal don Juan Antonio de Cuenca tuvo por su casera a una mujer que se llamaba Josefa de Lara la cual trajo de Granada y con la ocasión de estar al lado de la casa del declarante, don Francisco Jaén, secretario que también era de este tribunal y doña María Basela, su mujer y tener con ellos amistad María Calvese, mujer del declarante, y teniendo amistad con doña Josefa, le visitaban muy a menudo y doña Josefa en vista de esta amistad y confianza que tenía con su mujer le contaba los disgustos que tenía algunas veces con dicho don Juan Antonio, que eran producto de algunos celos que le tenía como son que, estando doña Josefa de Lara en un convento en la ciudad de Granada, y hallándose con mucha conveniencia dicho don Juan, introdujo amistad con ella y la persuadió a que saliese del convento y se fuese en su compañía.

 

Y después de haberle dado gusto ejecutándolo, se había gastado su caudal y aprovechándose de su venta y teniendo trato y comunicación ilícita con ella, le había hecho lo oprobio de aficionarse de doña María de Lara y estaba amancebado con ella y eso se lo refirió a su mujer en muchas ocasiones. Ahora está casada con Joseph Campos Tejedor de Lienzos que vive en Cañizo de los Aguadores de esta ciudad. Que dicho don Juan Antonio estaba amancebado al mismo tiempo con doña María Basela y doña Josefa de Lara por lo que también el declarante conoció por ver que dicha doña Josefa de Lara era la dueña absoluta de la casa de don Juan…

 

Y en el amancebamiento con doña María Basela porque también en muchas ocasiones doña María decía al declarante que sacase a pasear a don Francisco Jaén, su marido para que se divirtiese, no reconociendo la malicia con que se lo decía, hasta que su mujer y la criada de declarante le dijeron que luego que sacaba ha dicho don Francisco, entraba en casa de doña María en algunas ocasiones y en otras teniendolo escondido en los entresuelos de la casa y que al decir el declarante que le sacase a pasear era para  quedarse a solas con dicho don Juan y tener sus tratos ilícitos, todas las dichas tardes con lo que el declarante no quiso sacar más a pasear ha dicho don Francisco…

 

Pedro Gerónimo sigue con su contundente declaración, afirmando que:

 

“… oyó de dicho don Francisco Jiménez de Jaén dar quejas de su mujer doña María Basela por el poco afecto que le tenía…”

 

Que quien sabía mucho sobre estos amancebamientos eran su mujer y la criada del declarante…”

 

Al día siguiente vuelve instructor a casa de don Pedro Gerónimo Molinos esta vez para tomar declaración a su mujer María Valena Calvete, que tiene buena memoria y va relatando la relación tumultuosa entre él secretario de la inquisición y la novicia que por el abandono su convento en Granada. La mujer del notario refiere que,

 

“…hacía nueve años, poco más o menos, que hallándose secretario de este tribunal don Francisco Jiménez de Jaén y don Juan Antonio de Cuenca, de haber venido a las casa del la declarante don Francisco, en compañía de María Basela su mujer, por la cercanía de las casas y por ser el marido de la declarante miembro del tribunal, ésta pasó a visitar a dicha doña María, teniendo mucha amistad y correspondencia, por haber coincidido algunas veces en casa de dicha doña María, doña Josefa de Lara, casera de don Juan Antonio de Cuenca, por la mucha amistad que éste tenía en casa de la declarante y de su marido, e introdujo también amistad con la declarante doña Josefa y continuaron en visitarse concurriendo muchas veces en casa de doña María y de la declarante.

 

Doña Josefa de Lara le dijo que, hallándose la ciudad de Granada en donde había estado 12 o 14 meses, y estando para profesar, introdujo amistad con ella don Juan Antonio de Cuenca que le había solicitado y persuadido a que saliese del convento y se fuera en su compañía, como en efecto lo había ejecutado y que se habían dado por muy ofendidos dos hermanos que tenía militares que le habían buscado para matarle.

 

Y después de haber ejecutado lo referido, por persuasión de dicho don Juan y entregándole a éste lo que tenía, que era una venta será cobraba y gastada habiéndola hecho luego venir a esta ciudad y se había visto metida en este lodazal por que lo había hallado embarraganado con dicha doña María Basela.

 

Y que lo referido le confiaba grande pesadumbre… y que no podía conseguir que se apartase de dicho trato ilícito que, estaban en un infierno por ver lo mucho que regalaba y estimaba a dicha doña María y que, aunque por este motivo había solicitado entrar en el convento de Santa Lucía de esta ciudad, se lo había embarazado el dicho don Juan dándole palabra de que se separaría del trato que tenía con dicha doña María;  y que no lo había ejecutado, antes bien, lo había continuado en el trato.

 

 

El proceso sigue su curso y muchos otros testigos van pasando por la mesa del fiscal instructor. En el mes de octubre el acusado ya intuye que su causa tiene una difícil solución por lo que remite una carta a don Juan de Argaiz como juez de la causa que contra él se sigue en la que declara su versión y le dice que

 

“ha dicho enteramente la verdad en todo lo que el examen de su memoria ha podido comprender sin faltar en la más mínima parte a la religión del juramento para cuyo efecto renunció en los términos legales y las defensas que pudiera tener dando, por ratificados los testigos. Y estas mismas expresiones vuelve a repetir ahora por medio de este memorial remitiendo vuestra ilustrísima la misma súplica y esperando de su benignidad sea atendida…”

 

El juicio contra sus actos comienza en el mes de octubre. El día 16 se le notifica a don Juan Antonio de Cuenca el cual dice que la oye y da fe. El acusado reconoce que

 

“…se me ha hecho notorio cómo los papeles de mi causa están en la Secretaría del Consejo a pedimento del señor fiscal para que las partes digan lo que les convenga…

 

… renunció todos los términos que me compete así lo espero de la piedad de vuestra ilustrísima….”

 

La sentencia es ejecutada el 24 de octubre de 1705. Está firmada por Su Ilustrísima conde de Granada, Cardona, Soto, di Castillo, Bolaño y Pernas, y condenan a que don Juan Antonio de Cuenca salga perpetuamente de la Oficialía mayor del Consejo que tiene y ha de tener cualquier otro oficio en Madrid y sea desterrado de la corte por cuatro años y sea privado de cualquiera misión dentro del Santo Oficio.